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Siempre acabo mirando
las cervezas desde arriba,
los relojes desde abajo,
y las puertas de lado.


Una niña dijo:
la babosa es un caracol desnudo.
Y yo me pregunto:
¿Tendrá calor?


Siempre tiene nervios cuando conoce a alguien,
eso tiene un nombre: amnesia emocional.
¿O es la juventud que siempre vuelve?
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Haikus:

Desde la estufa
ella mira tranquila.
Humo en el reloj.


Observo el techo,
el sol desaparece.
Pared húmeda.


El mirlo calla,
luz tras las hojas muertas,
monte marchito.





Tankas:

Pelo caduco,
el otoño te sigue,
yo te observo.
Tu cuerpo translúcido
al que no alcanzaré.


El agua cae
fuerte en las grandes rocas.
Vencen los días
y el sentimiento da
peor en mi corazón.


Tiempo perdido
esperando tus ojos.
Cae la niebla.
El invierno no cambia
aunque sea desidia.



Libre:

Ya no te importan tus monedas, mujer sin hogar.
Te abrazas a tus recuerdos como espinas de rosas,
y lloras de forma tan dramática.
Vuelvo y sobre el puente ya no estás,
la lluvia ocupa tu sitio y los niños siguen riendo
en la fiesta de navidad.
Ya no te importan tus monedas, mujer sin hogar.


No puedo ser poeta porque vivo pero no vivo,
y tengo un agujero en medio del tamaño de un dedal
y por dentro veo, pero soy ciego.
Tú puedes mirar si quieres, me dejaré, no importa.
Se mira pero no se toca.
Pero no encontrarás universos, sólo esquinas y callejones,
repleto de acantilados donde muero, pero no muero.


Ni los versos de Heaney ni el oscuro frío irlandés
pudieron enfriarme el alma igual que aquella mujer,
que entre bares y tiendas cantaba su mantra de estrofas
y golpeaba a su guitarra con un ritmo cansado:
-Pum, pum, pum.
Me hablas mejor tú con tus presencias infinitas 
que cien charlatanes llenos de razón.

Alicia sin ciudades

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Alicia tenía miedo, no observaba al futuro, para ella era lo inevitable. No confiaba en nadie por naturaleza, aunque fuera algo que ella deseaba. Alicia amaba con todo su corazón en las pocas ocasiones que se le acontecían, demasiado pocas. Se quedaba noches despierta, acurrucada, pensando en el  mundo y en la gente. Alicia se sentía una extraña, Alicia deseaba poder desear, Alicia no se sentía viva.

Alicia no era una mujer, tampoco un hombre. Estaba fuera de todo y cada vez más lejos y más lejos. Se preguntaba por qué tendría que imitar la faceta dura y el perfil pétreo que todo el mundo parecía tener. Ella no era así y le dolía cada segundo.

Alicia estaba sola, aunque siempre rodeada de gente. Alicia creía comprender a los demás aunque no la comprendieran a ella. No sabía qué hacer para ayudar a los demás, pero lo intentaba.

Alicia soñaba, a todas horas. Alicia se alimentaba de sueños.

Aunque un día dejó de soñar.
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El camión de la basura pasa armando un pequeño escándalo, por una de las calles que marca su hoja de ruta. El conductor de unos sesenta años, descuidado, erra en la posición donde debe estar estacionado para descargar el contenedor, que cae debido al golpe esparciendo toda la basura acumulada durante todo el día.
-¿Qué pensaba usted que estaba haciendo, eh? -Le grita un hombre desde la acera, de apariencia elegante. -Imagínese que hubiera una persona cerca, qué poca responsabilidad. Si sólo tiene un trabajo al menos hágalo bien.
El hombre se mueve con violencia. Cualquiera diría que su mente es irracional.
-Tranquilo, hombre, ¿No ves que es un señor mayor? Bastante tiene con lo suyo. –Le dice otro hombre trajeado igual que él, mientras que el viejo conductor permanece de pie frente al destrozo que acababa de realizar, entre confundido y asustado.
El segundo calma al primero con unos flojos pero firmes golpes en el hombro. Este recapacita con un movimiento de cabeza y ambos se dan la vuelta, siguiendo su camino juntos por la acera.
-Tu problema es que te preocupan demasiado los acontecimientos triviales de todo el mundo. Así eres tú, si no no habrías realizado aquella película tan presuntuosa sobre los misioneros que se van a África, no contaba nada.
-Sabes que no se trata de eso. ¿Viste su cara? Ese hombre no estaba capacitado para hacer su trabajo, por el amor de dios, dudo que pueda incluso vestirse solo.
-Ambos sabemos cuál es realmente tu problema, yo mejor que nadie. -Le sonríe con una pizca de superioridad simpática.
-Es un problema si tú quieres que lo sea. Yo no encuentro el problema en que alguien se preocupe del mundo y quiera poner un poco de orden.
-¿Para qué quieres ordenar el caos, amigo mío? ¿De qué sirve, si no es para enfadarse con uno mismo? Es como gritar a una pared en blanco. La única manera de sobrevivir es dejarlo estar.
-Lo tuyo sí que es un problema, eres demasiado hedonista.
-¿Y eso es un problema, por...?
-Nunca acabas nada de lo que empiezas, te has ido de dos películas a medias en las que tenías contratos. Tienes suerte de que nunca te haya dirigido.
-Eso es precisamente porque tengo un poco de amor propio. En sus contratos no hablaban de sus pocas capacidades. Yo nunca dejaré una buena película.
-Eso no acabará con tus costumbres acomodadas, demasiado acomodadas.
-Pero eso no es el mismo problema, amigo.
Los dos se paran frente a un pequeño y viejo bar de barrio, saben con exactitud los pasos que tienen que dar. Se miran con desdén.
-Nuestro problema, querido -le dice el segundo al primero -es en raíz el mismo. Sólo variamos en el desarrollo.

El primero observa al segundo. No está seguro de haberlo podido razonar bien, pero cree no estar de acuerdo. Lo deja estar, entran a tomar un café.

Momentos 1

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Dejaste la ventana abierta
por donde se colaban los rumores.
El frío llegaba hasta tus rodillas
pero aun así te acostaste,
como esperando mundos perdidos,
con tu afán de soñadora,
con tus estanterías llenas de libros.
Cansada de vacaciones, de deseos,
de sueños y de esperanzas,
añoras lo extracorpóreo.
Viste tantos mares azules,
oliste tantos vientos lilas,
De reojo ya no veo
tu cabeza ladeada.
Tan cansada, tan cansada.
Las ruedas siguen girando,
nuestros amaneceres andando,
pero el tuyo.
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Las canciones son castillos
que se forman delante tuya,
y tú, que no lo entiendes,
con tu grácil inocencia,
saltas, corres y bailas
sin evadir al destino.
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No hay nada bonito
salvo lo que tus ojos miran.


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El mundo perdió su magia
cuando olvidé cómo leer poesía.


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Tus pies descalzos, tan frágiles
como barcos de vela.

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